Cuando teníamos cerca de 9 años, las dos íbamos a un taller de teatro. Cada una en su colegio. Nos gustaba actuar, y sobre todo nos gustaba inventar historias y preparar las escenografías. Pero a medida que fuimos creciendo, nos fuimos alejando del teatro por diferentes razones.
Somos Beatriz y Celeste. Nos conocimos en la universidad, cuando estudiamos biología marina. Aunque no fuimos compañeras de curso, teníamos intereses en común, como las aves, las pozas que quedan cuando baja la marea y las flores del cerro. Del teatro ya no nos acordábamos cuando nos conocimos, sin embargo, a las dos nos gustaba mucho compartir lo que sabíamos del océano y sus habitantes.
Hace unos años, junto a un grupo de amigas, creamos una organización a la que llamamos “Expedición Batiscafo”. Queríamos conectar a las personas con el océano a través de la educación. Un año más tarde, en 2018, nos llegó un correo de la compañía de teatro Atota. Nos invitaban a ser parte de la obra “Altamar”. No era una obra de teatro como las que conocíamos, era una obra de teatro inmersivo. ¿Qué era eso? ¿Y qué podíamos aportar nosotras?
Las obras de Atota son experiencias artísticas, educativas y sensoriales. En ellas, niñas y niños son parte de la aventura y sus acciones son parte de la historia. ¡Esto era completamente nuevo para nosotras! La mayor sorpresa fue que no había separación entre el público y el escenario. El público estaba EN el escenario. Entonces nos encantamos de nuevo con el teatro, con esta manera diferente de hacerlo. Y así nacieron nuevas colaboraciones entre Atota y Expedición Batiscafo.
Desde nuestra experiencia como científicas y educadoras, aportamos en varios momentos del proceso creativo de las obras de teatro. Por ejemplo, generamos experiencias para que las personas de la compañía se sumerjan en algunos temas. Cuando la compañía estaba trabajando en la obra “Altamar”, llevamos equipos de buceo para que sintieran como era respirar con una botella de aire y cuando estaba trabajando en la obra “Del chagual”, fuimos a una quebrada a observar diferentes elementos. Exploramos las hojas de los árboles nativos, las flores, los insectos y otras pistas de los habitantes del lugar, como los capullos de las mariposas.
¡Esperen! antes de seguir, ¿saben qué ruidos hacen los pumas o los chungungos? Quizás no, pero seguro que incluso antes de aprender a hablar ya reconocían cómo hacían los elefantes o los leones. ¿Y por qué conocemos el nombre del pez payaso pero no los de los peces de nuestra costa, como el bilagay o el pejeperro?
Pasa que la gran mayoría de las películas que vemos, o de los libros que leemos, son de otros países. Nos muestran lugares lejanos y seres vivos diferentes a los que viven en nuestros ecosistemas. Esto hace que muchas veces no conozcamos a las criaturas que habitan en nuestros bosques, dunas, quebradas, montañas y mares.
Así, otra forma en la que colaboramos con Atota es creando material educativo complementario a las obras de teatro y revisando algunos elementos de los libretos. En esas tareas, siempre buscamos que los contenidos que se presentan estén contextualizados a nuestros ecosistemas, sus habitantes y los desafíos que enfrentan. ¿Y para qué? Porque al conocer más nuestro entorno podemos relacionarnos de forma más armoniosa con él.
Pero ¡ojo! que la transferencia de información no necesariamente genera aprendizaje, y menos aún cambios de actitud. Se necesitan más elementos, como la emoción. Pensemos en la escasez de agua de la Región de Valparaíso: tenemos muchísima evidencia y predicciones de la crisis que estamos viviendo, pero para la mayoría de la población esos datos no son suficientes para generar acciones o cambios en su forma de actuar. Se hace urgente encontrar nuevas maneras de compartir información, mediante experiencias significativas. Tal como lo hace Atota.
Sin duda, una de las cosas que más nos motiva de esta colaboración es aportar en la generación de espacios para la exploración y la participación. Y que a través de estos espacios niñas y niños aprendan y descubran, a su ritmo, lo que más les interese de nuestros ecosistemas.
Fundación Expedición Batiscafo: Celeste Kroeger, Beatriz Murillo